23.6.03



ELEMENTALES



Me falta aire. Me falta agua. Me falta tierra. Sola nada más soy fuego.



TIJUAJUAJUAJUANA


Sólo en esta ciudad, personajes de Burroughs y personajes Garciamarquianos pueden llevarse bien.

20.6.03






YOLI



...Si la muerte embosca su destino
quiere morir en Tijuana
la llamarán: narcocorrido, la llamarán: Yoli...


Babasónicos

19.6.03




VISIONARIA (otra vez)


Y como Antonin, yo también empiezo a Artaudme de todo.

17.6.03




DE APASIONAMIENTOS



...gracias por haberme invitado a Tijuana...me gustó conocer a tus amigos y ver en el mundo en que giran, un poco distante para mí... me gusta la pasión como se toman las cosas todos ustedes, desde una palabra, una mirada, una frase, cualquier cosa, hasta los chismes se vuelven apasionantes (o los vuelven), me sentí bien compartiendo esa parte de tí, ese mundo tan diferente al mío...
Carmen

Yo siempre me equivoco. Mi hermana nunca jamás.

16.6.03




DIBUJO MESCALINIANO








Dibujo Mescaliniano
tinta china sobre papel
50 x 27.5 cm
Henri Michaux


Todos nacemos con veintidós pliegues. La cuestión es desplegarlos. La vida del hombre entonces se completa. Bajo esa forma muere. No le resta pliegue alguno por desplegar.

Henri Michaux

9.6.03




YERMA

Poema trágico en tres actos y seis cuadros

de Federico García Lorca





YERMA: Juan. ¿Me oyes? Juan.

Ya es la hora.

Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.

No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma me gustaría que tú me cuidases. «Mi mujer está enferma: voy a matar este cordero para hacerle un buen guiso de carne. Mi mujer está enferma: voy a guardar esta enjundia de gallina para aliviar su pecho; voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve.» Así soy yo. Por eso te cuido.

No tenemos hijos... ¡Juan!

¿Es que yo no te quiero a ti?

Yo conozco muchachas que han temblado y lloraron antes de entrar en la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de holanda? ¿Y no te dije: «¡Cómo huelen a manzana estas ropas!?



Acto II


YERMA: María ¿Te vas a hacer una blusa?

¿No?

¡A los cinco meses, ha llegado tu hijo María!

¿Te has dado cuenta de ello?

Y qué sientes?

Angustia. Pero... ¿cuándo llegó? Dime... Tú estabas descuidada...

Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. ¿Tú?..., dime


María me responde:
¿Has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano? Pues lo mismo... pero por dentro de la sangre.


YERMA: De las novias de mi tiempo soy la única que no. Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala.

Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la salud.

Dicen que con los hijos se sufre mucho. Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí.



Acto primero
CUADRO SEGUNDO



YERMA: Buenos días.

Vengo de llevar la comida a mi esposo, que trabaja en los olivos.

Llevo tres años de casada y no tengo hijos.

¿Por qué estoy yo seca ? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo? No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que sea; aunque me mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos.

Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Ésta es la pura verdad. Pues el primer día que me puse novia con él ya pensé... en los hijos... Y me miraba en sus ojos. Sí, pero era para verme muy chica, muy manejable, como si yo misma fuera hija mía.

Yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me sigo entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme.

No, estoy vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime, ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre el hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi pecho? Yo no sé, pero dímelo tú, por caridad.

Las muchachas que se crían en el campo, como yo, tienen cerradas todas las puertas. Todo se vuelven medias palabras, gestos, porque todas estas cosas dicen que no se pueden saber. Y tú también, tú también te callas y te vas con aire de doctora, sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed.

Entonces, que Dios me ampare.

Alguien dijo. Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar.
Aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos.


YERMA: Le pregunté a una muchacha ¿Por qué te has casado?

Ella respondió: Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no va a haber solteras más que las niñas. Bueno, y además..., una se casa en realidad mucho antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora. Tonterías de los viejos.

YERMA: Calla, no digas esas cosas.

MUCHACHA 2: También tú me dirás loca. «¡La loca, la loca!» (Ríe.) Yo te puedo decir lo único que he aprendido en la vida: toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está en medio de la calle. Ya voy al arroyo, ya subo a tocar las campanas, ya me tomo un refresco de anís.


YERMA: No soy triste. Es que tengo motivos para estarlo.

¿Oyes?
¿No sientes llorar?
Me había parecido que lloraba un niño.
Muy cerca. Y lloraba como ahogado.
Ojalá fuera yo una mujer.


Él tiene la culpa, él. Cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer.


¡Ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

Dime si tu marido
guarda semillas
para que el agua cante
por tu camisa.
Es tu camisa
nave de plata y viento
por las orillas.

Las ropas de mi niño
vengo a lavar,
para que tome al agua
lecciones de cristal.

Por el monte ya llega
mi marido a comer.
Él me trae una rosa
y yo le doy tres.

Por el llano ya vino
mi marido a cenar.
Las brasas que me entrega
cubro con arrayán.

Por el aire ya viene
mi marido a dormir.
Yo alhelíes rojos
y él rojo alhelí.

Hay que juntar flor con flor
cuando el verano seca la sangre al segador.

Y abrir el vientre a pájaros sin sueño
cuando a la puerta llama tembloroso el invierno.

Hay que gemir en la sábana.

¡Y hay que cantar!

Cuando el hombre nos trae
la corona y el pan.

Porque los brazos se enlazan.

Porque la luz se nos quiebra en la garganta.

Porque se endulza el tallo de las ramas.

Y las tiendas del viento cubran a las montañas.

Para que un niño funda
yertos vidrios del alba.

Y nuestro cuerpo tiene
ramas furiosas de coral.

Para que haya remeros
en las aguas del mar.

Un niño pequeño, un niño.

Y las palomas abren las alas y el pico.

Un niño que gime, un hijo.

Y los hombres avanzan
como ciervos heridos.

¡Alegría, alegría, alegría
del vientre redondo bajo la camisa!

¡Alegría, alegría, alegría,
ombligo, cáliz tierno de maravilla!

¡Pero ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

¡Que relumbre!

¡Que corra!

¡Que vuelva a relumbrar!

¡Que cante!

¡Que se esconda!

Y que vuelva a cantar.

La aurora que mi niño
lleva en el delantal.

En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
¡Ja, ja, ja!


YERMA: Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí, no. Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, mas reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad.

Hombre: En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora, déjame con mis clavos.

Pero yo no duermo, yo no puedo dormir.

Yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida: los ganados, los árboles, las conversaciones; y las mujeres no tenemos más que esta de la cría y el cuido de la cría.

No quiero cuidar hijos de otras. Me figuro que se me van a helar los brazos de tenerlos.

Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.

Quiero beber agua y no hay vaso ni agua; quiero subir al monte y no tengo pies; quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.

¡Ay qué prado de pena!
¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia.

YERMA: No es envidia lo que tengo; es pobreza.

¡Cómo no me voy a quejar cuando veo a las otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura!

Yo no debo tener manos de madre. Estoy harta, porque estoy harta de tenerlas y no poderlas usar en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño.

Las mujeres, cuando tenéis hijos, no podéis pensar en las que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes, como el que nada en agua dulce no tiene idea de la sed.

Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo. Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.
Figuraciones. De gente que no tiene la conciencia tranquila. Creen que me puede gustar otro hombre y no saben que, aunque me gustara, lo primero de mi casta es la honradez. Son piedras delante de mí. Pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve.

YERMA: Mi marido me da pan y casa.

Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye. Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo.



Acto tercero
CUADRO PRIMERO


YERMA: Naturalmente. No le podía pasar nada, sino agarrar las criaturas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro, y los niños se duermen horas y horas sobre ellas oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen, hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza "... otro poquito más, niño... ", y se les llene la cara y el pecho de gota blancas.

Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces, cuando ya estoy segura de que jamás, jamás..., me sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto: ¿para qué estarán ahí puestos?

Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que te digo, aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón

Mi marido es bueno ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va con sus ovejas por sus caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre, cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto, y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego.

No soy una casada indecente; pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay, si los pudiera tener yo sola!

Yo no sé por qué empiezan los malos aires que revuelcan al trigo y ¡mira tú si el trigo es bueno!

Busco a mi marido. Te busco a ti. Te busco a ti. Es a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo.

Y Mira que me quedo sola. Como si la luna se buscara ella misma por el cielo.
Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien hijos. Maldita sea mi sangre, que los busca golpeando por las paredes.

No me importa. Dejarme libre siquiera la voz, ahora que voy entrando en lo más oscuro del pozo. Dejar que de mi cuerpo salga siquiera esta cosa hermosa y que llene el aire.

Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, maldito sea el cuerpo, no nos responda. Está escrito y no me voy a poner a luchar a brazo partido con los mares. Ya está. ¡Que mi boca se quede muda!

YERMA:

Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Sobre su carne marchita
florezca la rosa amarilla.
Y en el vientre de tus siervas,
la llama oscura de la tierra.

Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.

El cielo tiene jardines
con rosales de alegría:
entre rosal y rosal,
la rosa de maravilla.
Rayo de aurora parece
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.
Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia
juegan y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.
Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita. (Se levanta)
Señor, calma con tu mano
las ascuas de su mejilla.

Escucha a la penitente
de tu santa romería.
Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Sobre mi carne marchita,
la rosa de maravilla.

¿Qué hace mi marido? Bebe. (Pausa. Llevándose las manos a la frente) ¡Ay!
Me han dicho lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del tejado. La culpa es de mi marido, Me dijeron: ¿lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente, no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. ¡Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura!

Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas.

Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes, y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor que ya no está en las carnes.

Marchita sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo refriegues por la boca. No vengas a solazarte, como los niños pequeños en la agonía de un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad.


YERMA: ¿Juan Estabas ahí?


¿Acechando?


¿Y has oído?



Déjame y vete a los cantos.


¡Habla!

Así, así. Eso es lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo he oído!
El dijo: Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.

¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?
¿Y lo demás? ¿Y tú hijo?
¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo? ¡Marchita!
Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.

Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el Coro de la romería). Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!

TELÓN.